Se trata de uno de los poemas más conocidos del renombrado poeta Pedro Salinas. Perteneciente a la Generación del 27, es famoso, fundamentalmente, por su poesía y su ensayo. Dentro de la misma, se le conoce como el "poeta del amor", ya que en sus obras podemos observar como profundiza en dicho tema.
Una vez finalizada la Guerra Civil, se exilia a los Estados Unidos hasta el momento de su muerte.
para este autor la poesía era un "ahondamiento en la realidad, una aventura hacia lo absoluto". En sus obras, una de las características más destacadas es el uso de paradojas para manifestar su conceptismo. Suele renunciar siempre a la rima y escribe, mayormente, en verso corto.
Este poema esta integrado en su libro "Todo más claro y otros poemas", en el cual lleva a cabo grandes reflexiones poéticas que tienen como tema central las angustias de un hombre que vive fuera de su tierra natal. En este poema en concreto, se presenta una sociedad consumista, la acción se sitúa en pleno Times Square con sus conocidos carteles luminosos. Serán estos carteles luminosos los que lleven al autor a reflexionar sobre la vida y la muerte, las dudas, el consumismo... busca respuesta en dichos anuncios para concluir que no saben nada. Compara la publicidad con el mundo clásico sirviéndose de referencias mitológicas. Podemos distinguir referencias a nuncios sobre tabaco, alcohol, higiene... Cada uno de ellos le lleva a reflexionar sobre algo en concreto.
Se trata de un poema que no tiene estrofas, pero cuenta con dos partes divididas por un espacio. En la primera distinguimos una personificación de la avenida a la que llama "rectilínea". Compara esta avenida con la propia vida. En esta primera parte los versos oscilan entre las 7 y las 11 sílabas, con rima irregular.
En la segunda parte describe a los anuncios como símbolos, los cuales le hablan.
¿Quién va a dudar de ti, la rectilínea,
que atraviesas el mundo tan derecha
como el asceta, entre las tentaciones?
Todos acatan, hasta el más rebelde,
tus rigurosas normas paralelas:
aceras, el arroyo,
los rieles del tranvía,
tus orillas, altísimos ribazos
sembrados de ventanas, hierba espesa,
que a la noche rebrilla
con gotas del eléctrico rocío.
Infinita a los ojos
y toda numerada, a cada paso
un algo nos revelas
de dos en dos, muy misteriosamente:
setenta y seis, setenta y ocho, ochenta.
¿Marca es de nuestro avance hacia la suma
total, esclavitud a una aritmética
que nos escolta, pertinaz pareja
de pares y de impares,
recordando a los pájaros
esta forzosa lentitud del hombre?
¿O son, como los años, tantas cifras
señas con que marcar en la carrera
sin señales del tiempo, a cada vida,
las lindes del aliento,
año de cuna, año de tumba, texto
sencillo de dos fechas
que cabe en cualquier losa de sepulcro?
¿Llegaré hasta qué número? Quizá
tú no sabes tampoco a dónde acabas.
Tu número cien mil, si tú pudieras
prolongarte, ya muerta, sin tus casas,
seguir, por el espacio, así derecha,
¿no sería la Arcadia, y dos amantes,
a la siesta tendidos en la grama,
antes de Cristo y de los rascacielos?
Nunca respondes, hasta que es de noche,
cuando en lo alto de tus dos orillas
empiezan los eléctricos avisos
a sacudir las almas indecisas.
<<¡Lucky Strike, Lucky Strike!>> ¡Qué refulgencia!
¿Y todo va a ser eso?
¿Un soplo entre los labios,
imitación sin canto de la música,
tránsito de humo a nada?
¿Naufragaré en el aire, sin tragedia?
Ya desde la otra orilla, otros destellos
me alumbran otra oferta:
<<White Horse. Caballo Blanco.>>¿Whisky? No.
Sublimación, Pegaso.
Dócil sirviente antiguo de las musas,
ofreciendo su grupa de botella,
al que encuentre el estribo que le suba.
¿Cambiaré el humo aquél por tu poema?
¡Cuantas más luces hay, más hay, de dudas!
Tu piso, sí, tu acera, están muy claros,
pero rayos se cruzan en tus crestas
y el aire se me vuelve laberinto,
sin más hilo posible que aquí abajo:
el hilo de un tranvia sin Ariadna.
¡Qué fácil, sí, perderse en una recta!
Nace centelleante, otra divisa,
un rumbo más, y confusión tercera:
<<¡Dientes blancos, cuidad los dientes blancos!>>
Se abre en la noche una sonrisa inmensa
dibujada con trazos de bombillas
sobre una faz supuesta en el espacio.
¡Tan bien que me llevabas por tu asfalto,
cuando no me ofrecías tus anuncios!
Ahora, al mirarlos, no hay nada seguro,
para las mariposas, que se queman
un millar por minuto en torpes aras.
No sé por dónde voy más que en el suelo.
Y sin embargo el alba no se alquila.
Lo malo son las luces, las hechizas
luces, las ignorantes pitonisas
que responden con voces más oscuras
a las oscuras voces que pedían.
Ya otra surge,
más trágica que todas: <<Coca Cola.
La pausa que refresca. >>Pausa. ¿En dónde?
¿La de Paolo y Francesca en su lectura?
¿La del Crucificado entre dos mundos,
muerte y resurrección? O la otra, ésta,
la nada entre dos nadas: el domingo.
Van derechos los pasos todavía:
quebrada línea, avanza, triste, el alma:
tu falsa rectitud no la encamina.
Fingiendo una alegría de arco iris
pluricolor se enciende otra divisa:
<<Gozad del mundo. Hoy, a las ocho y treinta.>>
La van a defender cien bailarinas
con la precisa lógica de un cuerpo
que argumenta desnudo por el aire
mientras que los coristas,
con un ritmo de jazz, van repitiendo
aquel sofisma, aquel, aquel sofisma.
¿A eso llevabas? ¿El final, tan simple?
¿Vale la pena haber llegado al número
seiscientos veintisiete,
y encontrarse otra vez con nuestros padres?
Mas no será. Ya el príncipe constante,
que vuelve, si se fue, que no se rinde,
con su grito de guerra. <<Dientes blancos,
no hay nada más hermoso>>, nos avisa,
contra la gran tramoya
que no se cansan de cantar los besos.
El dentífrico salva:
meditación, mañana tras mañana,
al verse en el espejo el esqueleto;
cuidarlo bien. Los huesos nunca engañan,
y ellos han de heredar lo que dejemos.
Ellos, puro resumen de Afrodita
poso final del sueño.
Ya no sigo.
Incrédulo de letras y de aceras
me sentaré en el borde de la una
a esperar que se apaguen estas luces
y me dejen en paz, con las antiguas.
Las que hay detrás, publicidad de Dios,
Orión, Cefeo, Arturo, Casiopea,
anunciadoras de supremas tiendas,
con ángeles sirviendo
al alma, que los pague sin moneda,
la última, sí, la para siempre moda,
de la final, sin tiempo, primavera.
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